"Monstruos alicantinos"

Por Olga Rodríguez Hendley


Un día, una amiga me preguntó cómo podía satisfacerme vivir en Alicante, dado lo que me gusta la Meteorología. Le respondí que, aunque es cierto que vivimos en un lugar donde hay muy buen clima, puedo disfrutar de todas las inclemencias del tiempo: lluvia, viento, tormentas, temporales de mar, mangas marinas y nieve en las montañas vecinas.
En Alicante las lluvias son irregulares, de modo que cuando cae lo hace con ganas, en cantidad, y con sorpresas ópticas, como las tormentas de 2010 a las que corresponden las fotos de este reportaje.

Fotos 1, 2 y 3-
Empezamos con la del 3 de mayo. Ese día, sobre las 13.30 h., iba conduciendo y observando las nubes hacia el norte, un poco amenazantes, pero nada importante. Una vez pasados los edificios que me tapaban poniente, la cosa cambió, estaba frente a unas nubes de color azul verdoso impresionantes. Me quedé con la boca abierta. Al llegar a casa me percaté que se trataba de una tormenta de gran magnitud por lo que cogí la cámara y subí a la azotea. Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos, un enorme Cumulonimbus Arcus. No puedo encontrar las suficientes palabras para describir esa enorme nube con sus tres colores destacables: blanco, azul y verde, como dicen, vale más una imagen que mil palabras. Pero si puedo describir mis emociones, supongo que serían las mismas que cualquier aficionado y amante de la Meteorología podría haber sentido en esos momentos.
Me sentía pequeña, pequeña ante semejante monstruo que se aproximaba poco a poco, con sus truenos, amenazando con esa boca gigante, engullendo todo el horizonte. Pero a la vez me sentía grande, grande por esa suerte de formar parte de su "alimento".
Un cosquilleo me recorría por todo el cuerpo, los pelos se me quedaron de punta, no podía apartar la mirada... ¡qué afortunada me sentía!
El viento comenzó a intensificarse, diez minutos fue lo que tardó en llegar el arco tenebroso, pero a mi me parecía que sólo había transcurrido uno.
Llegó la hora de salir corriendo, volvía a ser pequeña, ya estaba dentro de su boca y comenzaba a llover y a granizar, los fuertes vientos del monstruo intentaron impedir que cerrara la puerta detrás de mí. Al otro lado de la puerta aun podía escuchar su estruenda voz. Cayeron 15 l/m2 en 30 minutos.







Foto 4, 5, 6 y 7-
Sólo una semana después, el once de mayo, la suerte volvió a estar de mi lado. Sobre las 17.30 h. el cielo se estaba poniendo bastante amenazante. Otra vez pensé que no iba a llegar a ser tan espectacular. Esta vez estaba en casa y por unos momentos dudé en subir a la azotea, pues esa tarde había quedado. Así que tenía que decidir entre salir a la calle o esperar a ver si la cosa se ponía emocionante, pero mi instinto me decía que me quedara, así que a las 17.45 decidí subir a la azotea, lo que, sin duda, valió la pena.
El impresionante "bicho" no me dejó cerrar la boca de asombro, por más que miraba arriba, no encontraba el final del cumulonimbus, una estantería encima de otra y de otra. La parte de arriba adoptó las formas de las olas del mar con bordes blanquecinos que daban contraste a esta gran joya que el cielo me regaló. Una vez más, y tras unos rayos que cayeron demasiado cerca para mi gusto, llegó la hora de salir corriendo. La lluvia llegó enseguida y ya tuve que bajar a casa.
Otra vez se recogieron entre 11 y 17 l/m2 en muy poco tiempo.









Fotos 8, 9 y 10-
Terminamos este reportaje el diecinueve de agosto, que fue una extraordinaria mañana de tormentas, pues hasta tres, una detrás de otra, visitaron la ciudad. La primera vino con lluvia intensa pero no resultó muy fotogénica. La última fue normal. Pero la segunda, aunque pasó de largo sin dejar ni una sola gota fue la que nos enseñó su cara más bonita...