"Se nos ha ido la tarde"

Por Adolfo Garcia Marín

Lugar: Torrejón de Ardoz (línea de cielo de Madrid capital)
Fecha: 2 de octubre de 2010 (Fotos 01 a 09) + 3 de octubre de 2010 (Foto 10)

El poeta Jaime Torres Bodet comenzaba su poesía "Se nos ha ido la tarde" de esta forma:

Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.


Después de mencionar las estrellas y la noche, retorna, a la luz de la aurora, a las nubes:

Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.


En su intento de aislamiento de los placeres simples y puros de la existencia humana se queda con tres: la música, las flores y las nubes, la simple contemplación de las nubes.

Cualquier aficionado a la observación de las nubes sabe la verdad que hay en esas letras. Más allá del placer de entender lo que son, su pura observación, con los infinitos valores que pueden tomar las variables tipo, forma, tono, evolución temporal, contraste, etc., permite un universo de evocaciones que se multiplica aún más con la variable respuesta en el observador. Si visualizamos la película del cielo terrestre a lo largo de toda su historia (excluyendo esos anodinos cielos sin nubes), cada fotograma es diferente, único e irrepetible, lo cual garantiza un nuevo espectáculo en cada momento.

En ocasiones, los aficionados nos anticipamos y sabemos intuir cuando podría "pasar algo" especialmente digno de contemplación. En contadas ocasiones ese algo es lo suficientemente impresionante como para que el no aficionado pare su paso y se quede contemplando el espectáculo.

Esta situación se dio el pasado año sobre el cielo de Madrid, antes y durante la puesta del sol del día 2 de octubre, así como durante la aurora del día siguiente:

Fotos 1, 2 y 3- La presencia de cirros a lo largo de la mañana anunciaba la posibilidad de halos y perros solares. Los mismos aparecieron a media tarde. Su sola presencia es todo un espectáculo.







Foto 4, 5, 6, 7 y 8- Tomadas las pertinentes fotografías recogí el equipo pensando que la función había acabado, aunque seguí observando la variación de tonos durante la puesta del sol. A los pocos minutos de la misma, la iluminación empezó a revelar una curiosa estructura sobre el fondo de cirros: claramente se trataba de un moai pascuence con su enigmática mirada al cielo, disfrutando él mismo de la observación de las nubes. Todo el conjunto de nubes venía acompañado de rayos crepusculares.











Foto 9- Tras desaparecer dicha estructura se pudo ver el vientre algodonoso de las nubes, ya sin rastro del moai. Por el poco tiempo transcurrido, seguía en su mismo sitio, pero invisible. Es lo fascinante de las puestas y salidas del sol: todo cambia rápidamente, pudiendo haber donde no hubo y no habiendo donde quizás hubo.



Foto 10- • Al día siguiente, durante la aurora, esa formación de nubes seguía allí, con otra iluminación y, por tanto, otros tonos